Santo Domingo. Al llegar al aeropuerto de Maiquetía noté un movimiento inusual y pregunté al oficial que estampaba en mi pasaporte el sello de entrada a Venezuela el por qué tanta seguridad.
“Al parecer detuvieron a un peje gordo que se disponía a abandonar el país”, fue la parca respuesta y aunque mi intención era continuar con la improvisada entrevista el interlocutor llamó de inmediato al siguiente en la fila, uno de los integrantes de Factor X, agrupación con la que viajé a la patria de Simón Bolívar en misión periodística en febrero de 1994.
Era mi primera vez en Venezuela y en el trayecto hacia el Caracas Hilton Hotel, donde nos hospedaríamos, notamos una ciudad activa, moderna, con gente que iba de un lado a otro, aunque los cerros de Alí Primera bordeaban el corazón de Caracas en un gran contraste entre y miseria y modernidad.
Luego del “check in” acordamos subir a las habitaciones y reunirnos en el lobby del hotel para salir a comer. Dos de los integrantes del grupo estaban antojados de hamburguesas de Burger King y justo a dos cuadras del hotel había uno de estos establecimientos de comida rápida.
Cuando abrí la ducha, vaya sorpresa, ni una gota de agua en la habitación ubicada en el piso 16. Llamé a la recepción y en minutos llegó un joven avergonzado, que tras disculparse entró al baño, revisó por todos lados y sin más me informó, pidiéndome absoluta discreción, que la situación del agua potable en Caracas era crítica y la estaban racionando.
Nos encontramos en el lobby como habíamos acordado y cuando nos disponíamos a salir, a las 6:35 de la tarde, una de las recepcionistas nos advirtió que anduviéramos con cuidado para que evitáramos un atraco.
A la mañana siguiente bajé al lobby, y mientras esperaba a la agrupación salí a la acera del hotel a curiosear, pero no tenía dos minutos entregado a mi labor cuando uno de los recepcionistas me llamó para explicarme que si permanecía unos minutos más podría ser víctima de un atraco. Así estaba la situación la Caracas de principio de los 90.
Frente al hotel divisé una columna negra, como de unos 20 pisos, y pregunté qué había ocurrido con el edifico. “Ese era el banco Latino que amaneció un día ardiendo en llamas. Nadie sabe qué pasó o no quisieron decirlo”, me soltó un joven botones.
Tomé asiento y me dispuse a leer el periódico El Universal que traía en portada al recién instalado presidente Rafael Caldera hablando de la situación política del país.
Justo al lado de esta noticia otra nota daba cuenta del apresamiento, la tarde anterior, de un sospechoso de pertenecer al quebrado banco en el aeropuerto de Maiquetía.
Falsa alarma: el pobre hombre era un visitador a médicos que fue a recoger a un familiar. Al recordar estos hechos pensé que las crisis se van gestando con pequeños detalles y nunca se sabe cuál será el desenlace.