Uno de los peligros del populismo es la osadía con que sus promotores manejan los recursos del Estado, colocando las economías de sus países al filo de la navaja y comprometiendo sin ningún asomo de arrepentimiento el futuro económico de futuras generaciones.
El populista crea fórmulas mágicas en pos de la erradicación de la pobreza por medio a una varita cuyos efectos son devastadores, echando mano de los manoseados programas sociales que más que aminorar recrudecen la pobreza.
En Latinoamérica ha dejado un sabor amargo en las economías de Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Argentina, Brasil, y no se diga de Venezuela, donde la irresponsabilidad oficial hizo tocar fondo a la más poderosa fuente petrolífera del hemisferio.
La demagogia y la irresponsabilidad caracterizan a estos paladines de la justicia social y la soberanía, creándose un discurso propagandístico pletórico de conquistas imaginarias y pretendiendo la defensa de los intereses de la generalidad de una población.
En el caso de Ecuador, al asumir la presidencia de esa nación Lenin Moreno destapó una caja de pandora cuando reveló al país que la bienaventuranza económica anunciada por su predecesor, el ex presidente Rafael Correa, era una falacia.
Denunció que las decisiones económicas tomadas por el gobierno de Correa, de quien Moreno fue vicepresidente, no fueron mesuradas y se puso al límite la sostenibilidad de la economía, indicando que el presupuesto ecuatoriano del 2017 contempla un déficit fiscal de 4.700 millones.
De otro lado, Daniel Ortega con 20 años gobernando Nicaragua, en dos períodos de 10 años, es el fiel ejemplo de que llegan al poder con la intención de perpetuarse.
En dos décadas el ex contra ha legado a esa nación una de las peores posiciones en los rankings latinoamericanos de la economía y la educación.
Con el retiro de la alfombra petrolera venezolana su demagógico crecimiento económico, que nunca se ha reflejado en el pueblo de a pie, se tambalea estrepitosamente.
Países desarrollados como Estados Unidos se han dejado seducir por personajes populistas como el presidente Donald Trump, quien desde su elección dejó al descubierto que populismo y nacionalismo van de la mano, a través de una campaña de provocación al orden establecido y siembra de odio racial.
Pocos, pero significativos ejemplos de que el populismo ni es de derecha, ni de centro, ni de izquierda. Es una prostituta que se acuesta con el mejor postor y que cada día más encuentra terreno fértil en la desconfianza de la gente por las desprestigiadas organizaciones políticas. (José Antonio Aybar F./El Nacional).